VALENCIA (VALÈNCIA)

MUSEO DE PREHISTORIA


Este museo ocupa desde 1982 una parte de la antigua Casa de la Beneficencia, edificio construido en 1841, contando con una planta baja y dos pisos dispuestos en torno a cinco patios. El origen del museo se encuentra en la actividad arqueológica que, a partir de 1927 realiza el Servicio de Investigación Prehistórica de la Diputación de Valencia. Así el museo abarca un amplio panorama de la arqueología valenciana, con materiales que van desde el Paleolítico Inferior hasta el periodo Visigodo. La primera planta acoge la exposición permanente dedicada a la prehistoria valenciana. Así en la Sala I conoceremos más sobre la Sociedad Arqueológica Valenciana creada en 1871 y la obra de Juan Vilanova y Piera.

La Sala II está dedicada al Paleolítico inferior y medio: los primeros habitantes. Las primeras evidencias de presencia humana conocida en tierras valencianas corresponden con los hallazgos en la Cova del Bolomor, hace unos 400.000 años. A una edad estimada de entre 150.000 y 35.000 años corresponde el desarrollo del Hombre de Neandertal, del que se han encontrado restos en la en la Cova Negra y Cova del Bolomor. En ésta última se han hallado restos óseos de 16 especies de animales datados en el Pleistoceno medio (350.000-150.000), la mayor parte de ellos correspondientes a la acumulación de los desechos alimenticios de los grupos humanos.

El ciervo es la especie más cazada, aunque en momentos iniciales cobran más importancia el caballo y el thar. En otra vitrina seguimos viendo restos de fauna encontrados en los niveles superiores de la Cova del Bolomor, pero en esta ocasión datados en el Pleistoceno superior (150.000-120.000). Entre ellos vemos huesos de hipopótamos, uros, asnos silvestres, jabalíes y tortugas, aunque la caza sigue estando dominada por los cérvidos y cápridos. Próxima, en la vitrina roja, se expone un conjunto de utensilios de piedra de hace 100.000-150.000 años y hallado en la fase IV de la Cova de Bolomor.

En otro expositor vemos diferentes restos óseos que evidencian la evolución humana a lo largo de los siglos cuando los primeros homínidos adoptaron la marcha bípeda. Esos huesos nos aportan datos como la forma y dimensiones corporales de nuestros antepasados. De todos los restos óseos son los cráneos los que presentan mayor interés, ya que su estudio nos permite conocer los cambios de estructura cerebral. El proceso evolutivo que condujo a la aparición de nuestra especie es, en estos momentos, muy debatido, aunque los avances en el ADN nos aportarán nuevas claves.

La Cova del Bolomor ha proporcionado 7 restos antropológicos correspondientes a individuos infantiles, jóvenes y adultos. Por sus características y contexto estratigráfico pertenecen a la especie de Homo neanderthalensis, aunque una pieza dental podría corresponder a Homo heidelbergensis del Pleistoceno medio. En esa cueva se ha encontrado piezas como un parietal casi completo incrustado en una brecha, otro pequeño fragmento craneal, cuatro piezas dentales y parte de la diáfisis de un peroné. El perital se expone aquí, constituyendo un hallazgo excepcional, al enmarcarse en una fase de condiciones templadas del último interglaciar.

Durante el Paleolítico medio las industrias líticas (o de piedra) de toda Europa muestran una menor atención por la producción de núcleos y una clara voluntad de emplear las lascas talladas. Los métodos de talla de lascas son varios y su empleo parece estar relacionado con las materias primas existentes y su abundancia en el entorno. Esencialmente se puede hablar de tres formas distintas de abordar la talla de los núcleos, esto es, tres sistemas de producción lítica: Levallois preferente, Levallois recurrente centrípeto y discoide recurrente. En una de las vitrinas podemos ver diferentes ejemplos de ello.

El sistema de Levallois preferentes consiste en la preparación del núcleo para la extracción de una o dos lascas de forma bien definida, pues el resultado debe ser grande, simétrico, delgado y de filos regulares y cortantes. Una variante de este sistema puede producir puntas. Por otro lado, el Levallois recurrente centrípeto se constituye como un proceso de talla del núcleo encaminado a obtener un número más elevado de lascas. Por último, el sistema discoide trata la talla a partir de dos superficies no jerarquizadas, cuyos papeles pueden cambiar a lo largo del proceso.

Otro tema interesante es la fauna de hace miles de años. En esta sala se exponen los huesos de animales encontrados en la Cova Negra, la cual posee una secuencia estratigráfica que cubre las dos primeras fases Würm antiguo y el inicio del Würm reciente (fases glaciares que vivió nuestro planeta). Los sedimentos de aquellas condiciones climáticas favorecieron la buena fosilización de los restos óseos, hecho especialmente importante a la hora de precisar la fauna que habitó durante los períodos glaciares las tierras valencianas.

Se pueden distinguir dos grupos faunísticos significativos de otras tantas condiciones climáticas caracterizadas por cambios de temperatura y principalmente de humedad, referidas a dos unidades temporales: el Würm I y el Würm II. Por un lado, constituirían especies propias de un medio ambiente relativamente arbolado y húmedo: el elefante antiguo, el rinoceronte de Merck, el gamo, un équido, un macaco, la hiena y un felino próximo al tigre (Panthera spelaea). En cambio, serían especies propias de un medio más estepario el rinoceronte de estepa, el ciervo, la cabra montesa, el thar, un leopardo, el lobo y el cuón.

Y así llegamos a la Sala III dedicada a los grandes cazadores en el Paleolítico superior. En ese período se produjeron significativos avances en los métodos de caza y eficacia del armamento, pudiéndose hablar de un importante avance, mediante la depuración y utilización de puntas arrojadizas. Buena prueba de ellos son los diferentes tipos de puntas líticas y óseas que vemos aquí y que caracterizaron las distintas culturas europeas a nivel regional.

En el desarrollo de esos avances también tuvo mucho que ver otros elementos como el aprovechamiento de las materias primas, la incorporación de un utillaje más especializado y diversificado, la aparición del arte rupestre (o parietal), la generalización y la complejidad del ritual funerario y una mayor atención en el acondicionamiento de los hábitats. Así en esta sala podemos ver varias piezas pertenecientes a las culturas Auriñaciense y Gravetiense, halladas en los niveles inferiores de Malladetes y Parpalló.

En la última parte del Würm III y durante el interestadial Würm III-IV (es decir entre 22000-17000 años), se desarrolló en Europa Occidental, y más concretamente en la península Ibérica y Francia, la cultura solutrense, la cual supone un notable cambio en la composición y tipología del instrumental lítico. Se trata de un procedimiento técnico de mejora del material destinado a servir como armaduras de dardos o lanzas. Cada fase en que se subdivide el Solutrense conlleva un tipo específico de puntas que, en los yacimientos valencianos, dan sentido a la denominada facies ibérica.

Durante la última etapa del Paleolítico superior se asistió al apogeo del trabajo del hueso, etapa denominada cultura Magdaleniense, nombre tomando de la Madeleine, cueva francesa de Dordoña. De esta cultura, dividida en Inferior y Superior, se han encontrado en los yacimientos una gran variedad de armas, utensilios y adornos, como las azagayas (algunas decoradas), punzones, alisadores, varillas, tubos y agujas de coser o de cabeza como las procedentes de la Cova del Parpalló.

En la Comunidad valenciana se han realizado diversas actuaciones arqueológicas como las que tuvieron lugar en la Cova de les Malladetes, Barranc Blanc o la Cova del Parpalló, las cuales han dado como resultado diversos restos óseos y dentales de nuestra especie, el Homo sapiens. En la vitrina podemos ver, entre otras piezas, restos encontrados en la Cova del Parpalló compuestos por cráneo y mandíbula, canino superior derecho, tercer molar inferior derecho, tibia derecha y fragmento parietal izquierdo. Un espejo situado en su interior nos invita a mirarnos y a trazar un paralelismo evolutivo entre el ser humano de hoy y el Homo Sapiens.

Accedemos ya a la Sala IV que trata el nacimiento del arte en tierras valencianas mediante la exposición de diferentes plaquetas de piedra grabadas y pintadas de la Cova del Parpalló. Y es que a lo largo de los 25.000 años que duraron las culturas del Paleolítico superior, se produjeron diversas manifestaciones artísticas, destacando las realizadas sobre las paredes de cuevas y abrigos rocosos, en los que se dibujaban animales y signos con una fuerte carga simbólica.

En las primeras etapas del Paleolítico superior existen pocos matices estilísticos y temáticos al comparar las distintas regiones de Europa occidental. Es durante el Solutrense final y sobre todo durante el Magdaleniense antiguo, cuando se vivían momentos de máximo rigor climáticos, el arte paleolítico europeo tiende a un proceso de regionalización que afecta a la temática y al estilo.

La Cova del Parpalló en Gandía, ha proporcionado una colección excepcional de más de 5.000 plaquetas de piedras en las que podemos ver grabados y pinturas que muestran la evolución de las técnicas empleadas y de los temas propios de estas sociedades. En aquella cueva la temática se reduce, en esencia, a los animales y signos; los primeros son representados diferentes especies de herbívoros desvinculados de la caza, de su entorno y del comportamiento en grupo. Los signos se asocian a reglas expresivas propias.

En resumen, en esta cueva pueden distinguirse dos grandes unidades temporales: una antigua, que agrupa a las distintas fases del Solutrense, y otra reciente que está integrada por los distintos momentos del Magdaleniense. Así en las primeras etapas, la técnica de grabado dominante era el trazado simple, doble o múltiple, siendo ya importante la pintura. En ellas los animales poseen cierta desproporción con una perspectiva arcaica y unos signos sencillos.

Es a partir del Solutrense medio cuando aparecen los primeros signos estructurados, con domino de temas rectangulares y reticulados, así mismo se atenúa la desproporción de las figuras zoomorfas, mostrándose, por primera vez, especial atención a los detalles internos de la figura como las manchas de la piel, volumen, etc. Además, se ejecutan algunas escenas compuestas.

Durante esa época la pintura evolucionará a su máximo, con ejemplos de tintas rojas, negras y amarillentas y en alguno caso de bicromía. El grabado de trazado múltiple alcanza cierta consistencia, dominando el trazo simple bien marcado. Las figuras alcanzan cierta perfección tanto en proporciones como en perspectiva, notándose una mayor atención por los detalles anatómicos como los ojos, bocas, ect. Además, la atención por el modelado interno de los animales dio lugar a distintos tipos de grabado destinados a representar las manchas de la piel o el volumen.

En la Sala V se exponen diferentes piezas que constituyen las manifestaciones industriales y artísticas de las últimas sociedades cazadoras al final del Paleolítico. Hasta la aparición de las primeras comunidades campesinas, el modo de vida continuó anclado en las actividades tradicionales de la caza y la recolección. Este período se denomina Epipaleolítico o Mesolítico. En una de las vitrinas podemos ver unas plaquetas de caliza encontradas en la Cueva de la Cocina, mostrándonos así el comentado último episodio artístico antes de la aparición de la cerámica en dicha cueva.

En el período Epipaleolítico el utillaje lítico se caracteriza por el microlitismo y las formas geométricas, destinado a armar las puntas de sus flechas. A su vez el Epipaleolítico se divide en dos complejos culturales: el microlaminar y el geométrico. En el primer subgrupo se utilizaban casi exclusivamente pequeñas puntas de sílex fabricados a partir de hojas q raramente sobrepasaban los 3 centímetros de longitud. Los geométricos también estaban tallados en pequeñas hojas, pero sus armaduras se caracterizaban por tener forma geométrica obtenida mediante una técnica especial de fractura. En las vitrinas podemos ver algunos ejemplos de estos materiales hallados en la cueva de la Cocina (Dos Aguas) y la Covacha de Llatas (Andilla), datados entre los años 7.000 y 5.000 a.C.

La Cueva de la Cocina es el yacimiento valenciano más representativo del Epipaleolítico geométrico de la fachada mediterránea peninsular. Las excavaciones llevadas a cabo en ella durante los años cuarenta del siglo XX han proporcionado información sobre el clima, paisajes, actividades económicas y manifestaciones artísticas de la gente que vivió en esa cavidad hace entre 8.000 y 5.000 años.

Y llegamos a la Sala VI dedicada a los primeros agricultores y ganaderos. Se comenzó a trabajar la tierra y a criar animales domésticos, esa nueva concepción de subsistencia de las sociedades humanas, abre un nuevo periodo de tiempo que recibe el nombre de Neolítico. Este nuevo periodo se caracterizará por la aparición, por un lado, de nuevos útiles fabricados mediante el pulimentado de la piedra y por otro, las repercusiones que provocarían la agricultura y la ganadería: sedentarización, aumento del tamaño de los grupos humanos, una estructura social más compleja y nuevas creencias religiosas.

Las primeras comunidades sedentarias se formaron a finales del X milenio a.C. en el Próximo Oriente, mientras que en la Comunidad Valenciana los inicios de la agricultura y ganadería se sitúan hace el 5.500 a.C. En la sala podemos ver varias piezas, como un hacha, un recipiente con cuello y un vaso con asa y decoración impresa cardial encontrados en la Cova de l'Or (Beniarrés, Alicante).

Esa vida sedentaria propició la diversificación del ajuar doméstico donde el trabajo del hueso, que había permanecido sorprendentemente apagado después del Magdaleniense, volvió a manifestarse en el Neolítico con un repertorio renovado. También volverían a renacer los trabajos realizados con madera, materia prima que se utilizará en muchos casos para la fabricación del mismo utillaje.

De esta manera aprovechando huesos largos, costillas, dientes, colmillos y cornamentas de diferentes animales, a menudo se tratan de los restos consumidos, se fabricarán diversos utensilios tanto para el día a día como cucharas, tubos, agujas, cinceles, alisadores, etc., como para el adorno personal como anillos, colgantes, pasadores y cuentas de collar.

En una de las vitrinas se expone un bloque con ranuras y plaqueta de arenisca empleados para el proceso de fabricación de punzones y otros útiles de hueso. Además, junto a él, vemos una gradina (pieza de hueso con extremo dentado empleado para decorar), un vaso con decoración impresa de gradina, un machacador y fragmento de ocre y agujas de hueso. Cerca podemos ver ejemplo de vasos con decoración impresa de gradina.

La cerámica tiene una gran importancia para el estudio del Neolítico, ya no solo por su buen estado de conservación, sino también por la variedad de formas y decoraciones que presentan esos vasos. Precisamente ha sido el estudio de los estilos decorativos de la cerámica, la principal referencia para establecer la evolución del Neolítico valenciano. La primera etapa o Neolítico Antiguo, predomina los vasos con decoración cardinal (nombre recibido por la concha del Cardium edule), desarrollándose a lo largo del V milenio a.C.

El Neolítico medio está asociado a la desaparición de la ornamentación cardinal, mientras que las decoraciones incisas, acanaladas y peinadas, que ya eran conocidas anteriormente, alcanzan ahora su mayor esplendor. Mientras tanto, la última etapa, la del Neolítico final, se inició en el último tercio del IV milenio a.C. De todas estas fases temporales se exponen varios ejemplos.

La Sala VII reúne una selección de imágenes del arte post paleolítico realizado sobre plaquetas de piedra, abrigos rupestres y cerámica: la discontinuidad artística del final del Paleolítico se rompe en tierras valencianas con el llamado Arte lineal-geométrico, expresado en grabados sobre pequeñas plaquetas de piedra y en pinturas en rojo sobre las paredes de algunas cuevas. Casi simultáneamente, a partir de mediados del VI milenio a.C., con el inicio del Neolítico harán aparición otros ciclos artísticos conocidos con los nombres de macro esquemático, levantino y esquemático.

Este tipo de arte se manifiesta siempre en pinturas realizadas sobre paredes de abrigos rupestres, con la particularidad de presentar estrechos paralelos con los motivos decorativos de algunas cerámicas. Las pinturas de los abrigos rupestres del Pla de Petracos (Castell de Castells), la Sarga (Alcoi), el Barranc de la Valltorta (Tírig, Albocàsser y Coves de Vinromà), el Barranc de la Gasulla (Ares del Maestrat) y las Cuevas de la Araña (Bicorp) son ejemplo de las manifestaciones artísticas mencionadas anteriormente.

Además de estos ciclos artísticos, hay constancia de otros conjuntos de grabados rupestres que se apoyan en los motivos fusiformes o geométricos. Los abrigos rupestres con pinturas y los vasos cerámicos son, en determinadas ocasiones, verdaderos santuarios y objetos de culto, guardando las claves gráficas de las nuevas ideas mágico-religiosas que irrumpen en tierras valencianas con los primeros grupos de productores y con el posterior proceso de neolitización del Epipaleolítico final.

Inmediatamente le sigue la Sala VIII, la cual trata el proceso de creciente complejidad social de los grandes poblados campesinos instalados cerca de las tierras de cultivo, ya que comienzan a tener un tamaño cada vez más grande y por tanto se produce un efecto más intenso en cuanto a la huella humana dejada sobre el territorio. Es un proceso iniciado en el Neolítico e intensificada a mediados del III milenio a.C., con la aparición de los primeros útiles metálicos. Este hecho da nombre a este nuevo periodo: Eneolítico o Edad del Cobre.

Así en esta sala podemos ver varias piezas que señalan que la vida doméstica de las comunidades campesinas giraba en torno a la preparación de la comida, la fabricación de la cerámica, el tejido y la cestería, la preparación del utillaje del hueso y de sílex, además de la confección de un variado conjunto ornamental y religioso que en buena medida formará parte de los ajuares funerarios.

Característica también de esta etapa será la utilización de cuevas naturales como sitios sepulcrales formando grandes necrópolis, lo cual refleja un hábitat permanente y próximo y cambios en las relaciones sociales y religiosas. En la Comunidad Valenciana las más importantes son la Cova de les Llometes, la Cova de la Bercella, Camí Real y la Cueva de las Lechuzas. Los difuntos eran depositados en su interior acompañados de su ajuar personal: vestidos, adornos, armas, útiles asociados a su vida anterior, etc..., además de vasos cerámicos que son interpretados como ofrendas.

Muchos elementos de los ajuares funerarios, por la materia prima utilizada o por tu tipología, hablan de contactos con otras áreas, de esta manera se deducen relaciones de intercambio con el sudeste (en el caso del utillaje lítico pulimentado, de los ídolos oculados o del marfil), y con zonas más septentrionales en el caso de las perlas de aletas y glóbulos o de las cuentas de variscita.

Los testimonios más antiguos de la metalurgia del cobre en la Península Ibérica corresponden con dos focos iniciales: el de la Cultura de los Millares en el sudeste y el del curso bajo del Tajo en la fachada atlántica. De aquel primer foco, se conoce en toda Europa la difusión del Vaso Campaniforme, presente en los poblados y sobre todo en el ajuar funerario. Son cerámicas de pastas depuradas y buena cocción, con una decoración basada en la impresión por un peine o líneas incisas, formando bandas horizontales, triangulares y reticulados.

La gran difusión y asociación del Vaso Campaniforme a la generalización del metal en los ajuares funerarios antes se interpretaba por la existencia de un pueblo prospector y metalúrgico, de excelentes ceramistas y fundidores, que recorría el continente en la segunda mitad del III milenio a.C. Actualmente, superada esta explicación, y ante la evidencia de elementos campaniformes en un territorio muy amplio se relaciona con funciones de prestigio social y ceremonial.

Una de las secciones más curiosas de esta sala está dedicada a los cráneos trepanados. Consiste en la perforación intencional del cráneo, documentada a partir del Neolítico, y que podemos observar en los cráneos de la Cova de la Pastora, la Cova d'En Pardo (Planes) y la necrópolis de San Antón (Orihuela), donde fue descrita por vez primera en España en 1902.

En los cráneos de la Cova de la Pastora hay dos técnicas de trepanación, el barrenado y la abrasión, que tenían como finalidad perforar el cráneo y no actuar sobre el cerebro. El barrenado consiste en perforar el hueso craneal haciendo girar una punta dura. La abrasión se realiza con piedras granulosas como la arenisca, teniendo como resultado un orificio pequeño, pero de bordes más amplios.

En ninguno de los cráneos se aprecian alteraciones patológicas que justifiquen una intervención quirúrgica. Así, debe considerarse que nos encontramos ante una práctica con carácter ritual o empírico, sin eficacia terapéutica real. La supervivencia de los individuos está demostrada en tres casos por los signos de regeneración ósea, mientras que el otro puede ser una trepanación póstuma.

Llegamos al último espacio expositivo de la parte de la prehistoria, la Sala IX. Al final del II milenio a.C., se produce en tierras valencianas una serie de cambios que conforman una etapa de tránsito entre la edad del Bronce y la Cultura Ibérica. Las cerámicas decoradas han sido el elemento decisivo para reconocer esta fase. Sin embargo, uno de los cambios más significativos de aquella etapa fue la reestructuración de los poblados, siendo abandonados los de altura para ocupar zonas llanas o laderas.

Las recientes excavaciones en poblados valencianos han dado a conocer estructuras en piedra de gran envergadura, como murallas, sistemas de acceso, aterrazamientos, etc... La imagen de poblados pequeños se ve renovada con asentamientos como Muntanya Assolada o la Lloma de Betxí. Son poblados de amplia cronología, gracias a lo cual se puede observar los cambios y crecimiento del espacio habitado en función de las necesidades del grupo.

En la sala se exponen piezas encontradas en el poblado de la Ereta del Castellar, entre las que destacan grandes vasos de almacenaje decorados de manera profusa con cordones en relieve, además de otros elementos que nos habla de actividades económicas, como las queseras o las pesas de telar de barro cocido, indicios de la actividad textil del asentamiento.

La Cultura del Argar, brillante manifestación de la Edad del Bronce peninsular, dará lugar a poblados muy desarrollados con construcciones de carácter público, instalaciones utilizadas como almacén comunitario, un emplazamiento estratégico y sistemas de fortificación en función de la explotación económica del territorio. Los ajuares de las necrópolis argáricas señalan el prestigio y riqueza de los individuos, signo evidente de la jerarquización social existente.

Pulsar para invitarme a un café