MONTPELLIER (MONTPELHIÈR)

CATEDRAL DE SAN PEDRO Y FACULTAD DE MEDICINA


La catedral es el monumento gótico más importante de la ciudad de Montpellier y el templo religioso más grande de la región de Languedoc-Roussillon. En su origen se trataba de una capilla del monasterio Saint-Benoît Saint-Germain (actual Facultad de Medicina) fundada en el 1364 y consagrada en el 1367 por el Papa Urbano V. Con la llegada de la prosperidad económica a Montpellier en el siglo XVI, también llegó el poder religioso, trasladándose la sede episcopal hasta aquí desde Maguelone en 1536. Así, los obispos establecieron su residencia en Montpellier y aquella pequeña iglesia se convirtió en catedral.

Durante las Guerras de Religión el templo fue objeto de los ataques de protestantes, sufriendo numerosos daños en 1561 y 1567. En aquel primer año, la catedral fue el lugar donde se refugiaron los católicos sitiados por los protestantes, ya que estaban siendo disparados por éstos desde La Canourgue. Tras el asedio, que duró toda la noche, la multitud penetró por una brecha en la catedral, donde ya se habían refugiado algunos dignatarios católicos, acompañados de una tropa de soldados. En seis o siete horas, la iglesia quedó completamente despojada. Otra de las pérdidas que sufrió la catedral fue un año después, en 1562, cuando sus campanas y sus rejas de hierro fueron fundidas para hacer municiones contra el asedio de la ciudad, realizado en esta ocasión por los católicos.

En 1567 la catedral fue atacada directamente por los protestantes, ocasionando el derrumbe de una torre y de la bóveda y la destrucción parcial del templo. Los canónigos de la catedral se refugiaron en Villeneuve-les-Maguelone y Frontignan donde permanecieron hasta el final del asedio de Luis XIII en 1622. El rey inmediatamente hizo reconstruir la catedral, mandó reconstruir la bóveda, así como el pavimento de la nave y la fachada. En el siglo XVIII la catedral fue reformada según proyecto de Jean-Antoine Giral. Durante la Revolución Francesa, el templo fue saqueado y utilizado como almacén y establo. En el siglo XIX fue objeto de ampliaciones, cuyas obras fueron dirigidas por Henri-Antoine Revoil de 1855 a 1875, en las que se reconstruyó el campanario y se añadieron capillas laterales del coro, ya que el deambulatorio no estaba previsto.

Exteriormente, unas de las características principales de la catedral de san Pedro son sus cuatro torres que se levantan en los ángulos de la nave, una de las cuales fue derribada durante los movimientos iconoclastas de 1567, así como numerosos elementos defensivos, como el camino de ronda y los matacanes, que hacen de este edificio una autentica fortaleza, de ahí que se le conozca con el apodo de fuerte de san Pedro. La fachada sur se encuentra precedida por un elegante porche con dosel, compuesto por dos macizos pilares circularas de 4,55 metros de diámetro que sujetan un baldaquín, siendo prácticamente, los únicos ejemplos de la arquitectura medieval que se conservan actualmente. Al contrario que ocurre con las gárgolas que se colocaron aquí en los siglos XVII y XIX. Por otro lado, el edificio no se construyó con la orientación este/oeste, ya que fue necesario adaptarse a las limitaciones que el terreno imponía, por lo que la entrada se encuentra en el lado este.

Nos encontramos ya en el interior de la catedral, donde comprobamos que, si el baldaquín exterior le daba a la iglesia una silueta austera, su amplia nave es esbelta y luminosa y, gracias a la finura de sus arcos, pilares y columnillas, desprende elegancia y ligereza, característica del estilo arquitectónico del siglo XIV, llamado gótico meridional. A pesar de ello, la decoración de la catedral ya no refleja su etapa dorada del siglo XIV, muchos de los elementos que vemos no son anteriores al siglo XVII.

El templo, de 95 metros de largo por 26 de ancho, tiene planta de una sola nave compuesta por seis tramos abovedados de crucería que se abren a doce capillas laterales ubicadas entre los contrafuertes. Por otra parte, todas las vidrieras datan del siglo XIX, mientras que los dos rosetones del transepto se hicieron bajo la inspiración de la iconografía de Notre-Dame de París, juntando a la Virgen, la Trinidad, los Apóstoles y los Profetas.

Vamos a comenzar el recorrido por el templo, destacando los elementos artísticos más importantes que alberga. Si empezamos por nuestra derecha, lo primero que encontramos es la capilla de santa Margarita, que contiene dos obras pictóricas: la copia reducida de santa Margarita de Pierre Frederic Peyson (el original se expone en el Musée Fabre) y el cuadro el “Descendimiento de la Cruz” realizado en 1855 por Eugène Leygue. Le sigue la capilla de san Roque, en la que vemos la pintura titulada “San Roque y las víctimas de la peste” de Auguste-Barthélémy Glaize de 1855 y la copia del cuadro “Entrega de llaves a san Pedro” de Guido Reni, cuyo original se conserva en el Louvre.

A continuación, llegamos a la capilla de san Germán. Aquí destacamos dos obras pictóricas: “La vida de san Germán”, pintada por Jean-Baptiste Goyet en 1842, y “Apoteosis de san Vicente de Paúl” del siglo XVIII. Este santo creó en 1633, junto con Luisa de Marillac, la Compañía de las Hijas de la Caridad que se dedicaban a la asistencia de los enfermos y de los pobres. En Montpellier, esta compañía está asociada a la congregación laica de las Damas de la Misericordia que reúne a las esposas de los hombres notables de la ciudad.

Nos topamos ya con el único monumento construido en la catedral que honra la memoria de un obispo, estamos hablando del mausoleo de monseñor de Cabrières, fallecido el 21 de diciembre de 1921, inaugurándose cinco años después, en 1926. Fue a su amigo Henri Nodet, arquitecto e inspector general de Monumentos Históricos Franceses, a quien le encomendó la construcción en 1912 del nuevo palacio episcopal y fue él quien diseñó del mausoleo del cardenal, aunque fue realizado por el escultor Jean-Marie Magrou, todo un especialista en escultura funeraria, como así demuestra el hecho de que realizó alrededor de cuarenta de estas obras en el departamento de Hérault.

En la parte este del crucero destaca el óleo sobre lienzo, de 6,50m x 4,70m, titulado “La caída de Simón el Mago”, realizado entre 1657 y 1658 por el pintor nacido en Montpellier Sébastien Bourdon, quien, tras su regreso de Italia, fue considerado el Domenico francés. La obra estuvo destinada a adornar el Altar Mayor de la catedral, pero la transformación del coro la desplazó de su lugar original, desapareciendo su marco dorado dibujado por Bourdon para realzar su pintura. El obispo que le encargó la obra, François Bosquet, dejó libre elección de tema al artista, quien decidió pintar la simonía, es decir la pretensión de la compra de lo espiritual por medio de bienes materiales, que fue particularmente opuesta tras el Concilio de Trento. En el contexto religioso de la época, el protestante Bourdon no pudo ignorar la ambigüedad del tema tratado: la victoria de san Pedro sobre Simón prefigura el triunfo de la Iglesia sobre la herejía, pero también simboliza la victoria del papado sobre el protestantismo.

Su cuadro provocó un escándalo, por ejemplo, el pintor Samuel Boissière le reprochó en un célebre panfleto haberse puesto del lado de los infieles. Para afirmar su elección el pintor se representó a sí mismo en el extremo derecho de la escena. Al otro lado del crucero, en la parte oeste, vemos un óleo sobre tela, de 6,50m x 4,70m, titulado “La entrega de las llaves a san Pedro”. Esta obra fue comenzada por Jean de Troy, pero un años después de su fallecimiento en 1691, fue continuada por Antoine Ranc, quien pintó la parte inferior de la obra, y por Jean Charmeton, artista de Lyon, quien tuvo la misión de elaborar el paisaje de la parte superior del lienzo. El tema, repetidamente usado en la pintura religiosa, relata el episodio en el que Cristo ofrece a san Pedro la llave de la iglesia en reconocimiento a su fidelidad.

La catedral contiene 12 altares, ocho en las capillas laterales, uno en la capilla del Santísimo Sacramento y tres en el coro. De estos últimos, en el crucero, junto a la pintura comentada anteriormente, se sitúa el que fuera el Altar Mayor del templo, realizado en mármol por Pierre Fossati en el 1753, por tanto, el más antiguo de los tres. Está coronado por un tabernáculo decorado con la figura de un pelícano, símbolo de Cristo que entrega su cuerpo y sangre para nutrir a los hijos de Dios. A la izquierda de este altar se sitúa el óleo sobre tela titulado “San Pedro y san Juan curando al paralítico en la entrada del Templo de Jerusalén”: treinta años después de “La caída de Simón el Mago”, Monseñor Charles de Pradel, para conmemorar su episcopado, como había hecho su tío el obispo François Bosquet, deseó continuar con la decoración del coro. En 1687 encargó al pintor Jean de Troy dos grandes cuadros sobre el ciclo de la vida de san Pedro: el que nos ocupa y el titulado “Entrega de las llaves a san Pedro”, inacabado tras su muerte en 1691, por lo que será terminado por Antoine Ranc.

En el Altar Mayor, como hemos mencionado anteriormente, se han sucedido tres altares que reflejan la singularidad artística de cada época. El altar utilizado hoy en día es el más actual de todos, fue realizado por el escultor Philippe Kaeppelin en 1985, con motivo de la celebración del milenio de la ciudad. Su forma sencilla capta suavemente la luz gracias a las placas de metal dorado que cubre el altar. En la cara que da a la nave se representa a Cristo glorioso en medio del cosmos, rodeado por una multitud de salvados y de ángeles, representación inspirada en el libro del Apocalipsis que se extiende a los lados.

En el reverso, se encuentran los santos de la diócesis de Montpellier: en el centro, Notre Dame des Tables rodeada por san Pedro y san Pablo, a la derecha san Fermín y san Benito de Aniane y, a la izquierda, san Roque y el Papa Urbano V, constructor de la catedral. En la parte frontal del coro, a la izquierda, se encuentra un ambón a juego y, para completar el conjunto, en 1992 se donó una cruz procesional colocada en el centro del coro, ambas piezas también realizadas por Kaeppelin.

Detrás del actual ara se sitúa el que fuera Altar Mayor a principios del siglo XX, ofrecido como regalo en 1901 al cardenal Cabrières, con motivo de sus bodas de plata episcopales. Su creación fue posible gracias al dinero recaudado en una suscripción popular, tras lo cual fue encargada a la casa Cantini de Marsella, famosa por sus trabajos en mármol y bronces. Desde entonces aquel cardenal celebró sus misas en este altar neogótico. Entre sus decoraciones destacan unos bajorrelieves de bronce en los que se representan la santa Cena, las bodas de Caná y el cordero pascual que hacen referencia al misterio de la Eucaristía.

Antes de abandonar esta zona, merece la pena observar las capillas laterales del coro: el de nuestra derecha posee colgados en sus paredes dos obras pictóricas donadas: por un lado vemos un san Cristóbal pintado por Ernest Bartholomew Michel y donado al Estado en 1929 por su hijo Henri Michel, y por otro vemos la Deposición o Entierro de Cristo, también donado al Estado Francés por el Arcipreste Gervais.

Al otro lado del coro, en la capilla del Santo Sacramento, destacamos un óleo sobre tela dedicado a la Anunciación. Se trata de una obra del siglo XVIII de Jean Raoux, quien la pintó bajo la influencia del estilo italiano, consiguiendo como resultado uno de sus cuadros más elegantes y refinados. La Anunciación, tema recurrente utilizado en multitud de escenas pictóricas, podría resumirse como un dialogo sencillo a partir del cual comienza la historia cristiana, cuyo desenlace constituye uno de los más altos misterios de la fe cristiana, la Encarnación.

Atravesamos el crucero y llegamos a las capillas laterales de la otra zona de la nave: tras pasar la capilla del Sagrado Corazón, llegamos a la capilla de la Virgen que luce un retablo y una estatua de la Virgen de la primera mitad del siglo XIX. Al regresar a Montpellier, su ciudad natal, tras un periodo en Florencia, François-Xavier Fabre, quien fundó el museo que lleva su nombre, donó una estatua de la Inmaculada Concepción y el retablo neoclásico a la catedral, para lo cual recurrió a su amigo florentino, el escultor Emilio Santarelli quien realizó ambas piezas. La capilla está decorada también por dos cuadros: a la izquierda “La Virgen y el Niño servidos por ángeles” pintado en 1762 por Jean Coustou, uno de los maestros más importantes de Montpellier del siglo XVIII, y a la derecha se sitúa un óleo sobre tela atribuido a Gabriel Fournier “Adoración del Niño Jesús” del siglo XVII, época en que la tendencia era la pintura realista, influenciada por Caravaggio y la pintura nórdica.

A continuación, llegamos a la capilla de los Ángeles Custodios donde destaca, a la derecha, la obra pictórica titulada “La Huida a Egipto” (o Milagro de los dátiles) del pintor genovés Giovanni Battista Carlone, de alrededor del 1670. Esta obra de estilo barroco, que formaba parte de la decoración de la vecina capilla de san José, representa el episodio del Evangelio que sigue a las predicciones del ángel a José. El pintor da movimiento a la escena gracias a los querubines, además de conseguir llamar la atención del espectador mediante el uso de colores vivos. Por otro lado, en el centro de la capilla, insertado en un retablo de estilo neogótico, se sitúa la pintura “San Miguel matando al demonio”, copia de 1847 del cuadro que Guido Reni realizó en 1636.

La siguiente es la mencionada capilla de San José o Capilla de Deydé, llamada así porque en el siglo XVII la catedral cedió a los nobles las trece capillas, con el fin de reducir los gastos de su conservación, pues bien, en 1643 Jean Deydé se convirtió en propietario de la actual capilla de san Roque, la cual fue decorada con un rico conjunto de mármol policromado que fue desmantelado en 1794, para ser parcialmente reensamblado en la capilla de san José. Aunque parcialmente, esta decoración es el único vestigio de la ornamentación de las capillas de la catedral en el siglo XVII. El cuadro situado encima del altar lleva el título de “La aparición del ángel a José”, obra de Nicolas Mignard que la finalizó en 1664. Se trató de un encargado de Deydé para dedicárselo a su recién fallecido padre José. La sobriedad de la composición, el modelado preciso y la fuerza del drapeado recuerdan a la pintura clasicista del maestro boloñés Guido Reni.

Terminamos la visita al interior de la catedral, no sin antes hablar de su órgano. La asamblea capitular de la catedral convocada el 1 de julio de 1776 por el obispo Joseph François de Malide, decidió construir un nuevo órgano y encomendó el proyecto a Jean François L'Epine, quien por aquel entonces estaba trabajando con Dom Bédos, un monje benedictino que publicó una obra histórica: “El arte del constructor de órganos”. Juntos trazaron un plano y propusieron un presupuesto que fue aceptado, pero muchas veces superado durante la ejecución de la obra. Finalmente, el órgano fue entregado el 20 de diciembre de 1778. L’Epine se encargó de su mantenimiento hasta 1790, época revolucionaria que convirtió la catedral en un almacén. Un decreto del comité de finanzas ordenó entonces la venta del órgano, que afortunadamente fue suspendida.

Tras el restablecimiento del culto, se hizo necesaria una restauración, la cual fue encargada a Dominique Cavaillé, quien en 1846 presentó un proyecto que fue aprobado por el obispo, pero nunca se llegó a realizar. En 1878, debido a la construcción del coro neogótico, que modificó la acústica, quedó patente, de nuevo, la necesidad de restaurar el órgano. Finalmente, gracias a la financiación del conde d'Espous, Joseph Merklin instaló una nueva caja, no exenta de polémica, pues criticó duramente el trabajo de l’Epine. Así, el órgano fue reinaugurado el 7 de enero de 1880. Pero la reparación del techo de la catedral en 1943 dejó el órgano en silencio durante un año y fue necesaria una nueva restauración. En 1978, en el bicentenario del órgano, se vuelve a restaurar de la mano de la casa Kern. La última vez que el órgano fue restaurado fue en mayo de 2011, dando como resultado una altísima calidad técnica que se pudo apreciar desde su inauguración oficial en mayo de 2013.

Tras finalizar la visita al interior de la catedral volvemos de nuevo al exterior, donde veremos la portada lateral del siglo XIII construida por Auguste Baussan. Consta de dos aperturas separadas por un pilar central o parteluz que sostiene el tímpano, en cuya zona superior se representa, probablemente inspirado en la Catedral de Notre-Dame de París, la Coronación de la Virgen, mientras que, en la inferior, dividida en dos partes, se cuentan dos escenas capitales, el alfa y el omega de la Santísima Virgen como madre: el nacimiento y la sepultura de su Hijo. En el pilar central se encuentra, sobre un pedestal y bajo un dosel rematado por un bello edículo o templete, una Virgen María que sostiene al niño Jesús.

Adosado a la catedral se encuentra la Faculté de Médecine de la Université de Montpellier que ocupa el edificio del antiguo monasterio de San Benito. En esta facultad de medicina, la más antigua del mundo que sigue en activo, estudiaron personajes ilustres como, entre otros, Arnau de Vilanova, Nostradamus, Lapeyronie , Chaptal, Arnaud de Villeneuve, Gui de Chauliac, François Rabelais o Guillaume Rondelet. Y es que durante varios siglos fue considerada como la mejor facultad de Europa donde estudiar medicina, haciendo famosa la ciudad de Montpellier en todo el mundo.

Merece desviarse un poco, a unos cien metros de la entrada principal, para visitar el Jardin des Plantes, el parque botánico más antiguo de toda Francia. De nuevo regresamos a la facultad, cuya entrada principal está presidida por dos estatuas: la de Lapeyronie y Barthez, colocadas aquí en el año 1864. En su interior destaca la antigua capilla privada de los obispos, actualmente la Salle des Actes, en cuyas paredes cuelgan numerosos retratos de eruditos y profesores, así como un busto de Hipócrates, regalado por Napoleón I. La visita se completa con el recorrido por el salón del Consejo y el guardarropa de los profesores.

Pero si es especialmente popular para el visitante el interior del edificio de la faculta es por su Museo de Anatomía, donde se exponen piezas anatómicas, moldes de cera, y otras piezas de antropología, malformaciones, esqueletos, patologías, etc. Por su parte el Musée Atger cuenta con mil dibujos y unas cinco mil estampas. La elección de este sitio para acoger este museo tiene su explicación: su creador, el coleccionista Xavier Atger, lo eligió por la excepcional biblioteca de principios del siglo XX, además de por su visión humanista de la medicina, así como el objetivo de acercar a los estudiantes de medicina al arte y, en particular, al estudio del dibujo. Tras finalizar el interior del edificio de la facultad, recomendamos ver la Tour des Pins, reminiscencia de la antigua muralla, que se encuentra justo a la espalda.

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