ALBEROBELLO

TRANSICIÓN DE LAS TÉCNICAS DE CONSTRUCCIÓN DE LOS TRULLOS


Estamos ante el único trullo de dos plantas comunicadas, desde el interior, por unas escaleras de mampostería, además de ser uno de los primeros construidos con argamasa, tras proclamarse Alberobello como ciudad libre. Por tanto, es un edificio que marca la transición de las técnicas constructivas tradicionales de los trullis, de hecho, se adoptaron soluciones edificativas únicas que convierten a este trullo en la interpretación más avanzada y admirable de este tipo de arquitectura. La parte izquierda constituye su núcleo original que se remonta a principios del siglo XVII, mientras que el resto del edificio se levantó en la primera mitad del siglo XVIII, por encargo de la acaudalada familia del sacerdote Cataldo Perta.

Debido a esto último, al principio, el trullo era conocido como Corte Papa Cataldo, en clara referencia al sacerdote quien, además, utilizó los trulli circundantes como casas para sus empleados. Aquella denominación se utilizó en un documento notarial del 15 de abril de 1797, precisamente en relación por haber realizado algunos cambios en la casa, ya que aparentemente no respetó las limitaciones impuestas por el señor feudad (recordemos que Alberobello se proclamó ciudad libre el 22 de junio de 1797). Por ello, la fachada del Trullo Sovrano se puede fechar, con toda seguridad, en el año 1797 o, como máximo, el año anterior. A lo largo de los años, este edificio ha tenido diversos usos, desde capilla a botica, o desde monasterio a oratorio, incluso custodió, a principios del siglo XIX, las reliquias de los santos Cosme y Damián. A finales del siglo XIX pasó a ser propiedad de la familia Sumerano.

Desde el exterior podemos ver una típica cúpula cónica de 14 metros de alto, rodeada de un grupo de otros doce conos. Accedemos al interior, que conserva elementos y muebles originales y la primera estancia que vemos es el salón principal, la estancia más importante de la casa y otro de los elementos que hacen único a este trullo. Aquí, en vez de utilizarse las tradicionales vigas de madera, se construyó una bóveda de claustro, es decir, de planta cuadrada, sostenida por cuatro arcos apoyados en los dos muros principales. Estos arcos tienen la función de neutralizar el empuje del peso lateral de la bóveda y, al mismo tiempo, descargar el peso de la estructura sobre los muros de apoyo.

A continuación, accedemos a la cocina principal y la despensa, constituido por un espacio rectangular, cuya amplitud es mayor gracias a la abertura que lo comunican con el jardín. En uno de los lados de la sala vemos una elegante chimenea, reconstruida durante una reciente restauración.

Los alimentos del trullo estaban basados en la dieta mediterránea de Puglia, lo que no significa una dieta pobre, como creían los propios habitantes de la región. Y es que aquellos no siempre se han sentido cómodos con la dieta mediterránea, porque se veía como campesinos pobres obligados a subsistir con los alimentos que la tierra les proporcionaba, incluso rara vez servían estos platos a sus invitados. Sin embargo, la dieta mediterránea no es pobre, sino noble: los mismos cereales, verduras y frutas eran consumidas por los antiguos griegos y romanos, constituyendo además como una de las dietas más saludables y completas del mundo.

Desde la cocina principal llegamos al jardín, un auténtico oasis verde y uno de los elementos que dan encanto al Trullo Sovrano. Como buen jardín mediterráneo, entre sus plantas podemos encontrar lentisco, madroño, olivos, granadas, laurel, lavanda, santolina, romero, salvia, jazmín… También es destacable que este trullo posee un sistema de recogida de agua que todavía sigue funcionando: el agua de lluvia es recogida desde los techos, a través de conductos especiales, a unas cisternas donde se almacena.

La siguiente sala que visitamos es el comedor, situado en la zona cuyas estancias representan el primer núcleo residencial, alrededor del cual se siguió construyendo el resto de este trullo. La parte curiosa de esta sala es que, aunque desde el interior se distinguen dos conos gemelos que se comunican a través de un arco, desde el exterior sólo se aprecia un solo cono, obtenido al unir los apéndices curvos de los dos conos internos.

A continuación, le sigue la sala de estar que cuenta con una chimenea y que conecta con el salón principal. Enseguida llegamos a la cocina secundaria, que conserva intactas las características de una cocina antigua, la cual también es accesible desde el exterior a través de un acceso secundario. Esta estancia secundaria estaba destinada a los subordinados, y por tanto era menos importante que la anterior cocina que vimos antes. A pesar de ello, expresa su propio encanto, probablemente debido al juego de arcos que componen la estructura de su soporte.

En origen esta sala era un horno para cocer pan, como así lo atestiguan los conductos de humos existentes. Posteriormente el horno fue incorporado y conectado con el resto del trullo, dejando claro que el Trullo Sovrano no se construyó en una sola época, sino que es resultado de un proceso de adiciones y fusiones a lo lago de los años, lo que lo convierte, una vez más, en el emblema más admirable y avanzado de la arquitectura del trullo.

En este horno se cocía el pan cada día, alimento básico muy arraigado en el contexto social y cultural de la región. Y es que hacer pan implicaba un cuidadoso ritual regulado, de hecho, tan pronto como nacía un nuevo hogar, la recién esposa debía ponerse de acuerdo con las otras mujeres de la comunidad sobre su lugar en ese ritual diario. El trabajo comenzaba la noche anterior con la preparación de la levadura, mientras que el proceso de amasado empezaba al amanecer. Las familias de los campesinos solían ser numerosas, por lo que se amasaba hasta quince kilos de masa al día. Posteriormente se tapaba la masa con un paño de lana para que suba, para después hacer sobre ella el símbolo de la cruz. La última etapa era ponerla en el horno, tras lo cual, con formas de cuatro o cinco kilos, se guardaba en un arcón.

Seguimos nuestro recorrido y ahora nos disponemos a ascender hasta el primer piso a través de una escalera, sin duda el elemento más evidente que hace de este trullo singular, ya que ningún otro tiene un piso elevado al que se pueda acceder desde el interior a través de una escalera como esta. No sabemos quién fue el constructor que levantó este edificio, pero fuera quien fuera consiguió alcanzar el punto máximo en cuanto a la concepción estructural y arquitectónica de esta solución, ya que coloca ingeniosamente la escalera en el espacio del muro que separa la sala y la cocina.

Y así llegamos al primer piso utilizado como dormitorio para invitados, aunque también se usó como lugar para tejer. También vemos una escotilla cerrada por una trampilla de madera que da acceso a un depósito de grano de gran tamaño (actualmente lleno de monedas que los turistas lanzan al interior), aprovechando el espacio entre la bóveda de la entrada de la planta baja y el suelo del primer piso.

Volvemos a descender y en este punto, y antes de dar por finalizada la visita, es importante señalar que el mobiliario del trullo era muy básico, consistían en mesas, bancos y cómodas, además de nichos de varios tamaños en las paredes que servían para guardar diferentes objetos, mientras que otros enseres domésticos se colocaban en el ático. La iluminación, por su parte, consistía en lámparas de aceite, parafina o velas.

Nos dirigimos ya a la salida del trullo, pero justo antes de salir, a la derecha se encuentra el dormitorio principal, el cual cuenta, en un costado situado junto a la puerta de entrada, una mirilla o “saittèr” o tronera, que se usaba no sólo para saber quién tocaba a la puerta, sino también para detectar a aquellas personas que venían con malas intenciones, de hecho, la palabra “saettare” viene a significar algo así como “golpear o derribar con un disparo”. En los dos nichos situados a los lados de la ventana el reverendo Antonio Sumerano descubrió cálices y objetos sagrados.

La cama del dormitorio estaba formada por caballetes de madera o hierro con tablas de madera y un colchón relleno de crin o lana y cubierta por ropa de cama de cáñamo. Los demás habitantes de la casa dormían sin quitarse la ropa en una cama de paja, o un saco lleno de tallos de cebada molida o ropa gastada. En cuanto al aseo, como no había baño, la gente se lavaba en tinas llenas de agua de lluvia. El dormitorio principal disponía de un lavabo con palangana y un cántaro de hojalata esmaltada. Para las necesidades fisiológicas había una pequeña habitación con una letrina en la parte trasera de la casa, todo un lujo en aquellos días.

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