Este pueblo de Paros, que cuenta con una población unos 582 residentes permanentes, se asienta sobre una colina en la vertiente este de la isla, a unos 19 km de Parikía, la capital. El pueblo era conocido como Tsipidos hasta el año 1926, momento en que adoptó el actual nombre de Marpissa que hace referencia a la hija del rey Evinos. Según la mitología, aquella princesa era muy hermosa y estaba enamorada del dios Apolo, pero finalmente prefirió casarse con un plebeyo, Idas, ya que pensó que Apolo la dejaría cuando se perdiera su juventud y belleza. Y precisamente por la belleza, en esta ocasión arquitectónica, la villa está reconocida oficialmente como asentamiento tradicional desde el año 2021.
Los orígenes de la villa están profundamente arraigados en la historia: en la cercana cueva de los “Demonios” en el mote Profitis Ilias se han hallado vestigios del Neolítico tardío, período cicládico y Micénico, incluidos cerámicas y restos animales. Posteriormente, entre los siglos XIII y XV, Niccolo Sommaripa levantó un castillo en la colina volcánica de Kefalos, siendo la tercera fortificación construida por los venecianos en la isla, tras el de Parikia y el de Naoussa. Se cree que aquel castillo fue tomado por el corsario Barbarroja en 1537 y en la actualidad sus ruinas permanecen bajo el monasterio de Agios Antonios.
Hoy en día Marpissa está viviendo un importante desarrollo turístico ya que, junto con el pueblo vecino de Prodromos, la zona atrae a más y más visitantes cada verano. Por ello, Marpissa ofrece cada vez más opciones de alojamiento, base ideal para recorrer las playas de la costa este de la isla de Paros, como la de Kalogeros o la Molos. Hay que incluir el cercano asentamiento de Piso Livado, el que fuera el puerto del pueblo, que en verano también se llena de gente y que cuenta con una gran variedad de restaurantes y cafeterías, en los que abunda el marisco.
Comenzamos el recorrido con una de las imágenes más características de Marpissa: los molinos de viento que marcan la entrada al pueblo. Y es que estas construcciones levantadas en las islas del Egeo fueron propiciadas por un viento que tiene una frecuencia de más de 310 días al año y, además, por un clima que no dañaba significativamente las aspas ni partes externas de madera del molino. Por tanto, eran instrumentos ampliamente utilizados no sólo para moler los cereales, sino también para otros usos como la molienda de habas en Santorini, las bellotas en Mykonos, azufre en Milos, nueces en Fournoi y materiales de curtido para las curtidurías de Siros y Quíos. En Paros funcionaban hasta hace relativamente poco unos 55 molinos de viento que molían los granos de cereales, como el trigo.
Los que vemos en Marpissa son de forma redonda con un techo cónico de estructura de madera, cañas y una cubierta de hierba que el molinero se encargaba de reparar cada año. De los tres molinos de viento que vemos aquí, destaca el de Agouros, con una superficie de aproximadamente 20 m² y una altura de 8 metros, llamado así por haber pertenecido a esa familia desde principios del siglo XIX. Cuatro generaciones de molineros pasaron por este molino, hasta que dejó de funcionar a mediados del siglo XX. Su restauración fue llevada a cabo por los descendientes de la familia, quienes respetaron la tradición, la historia y los elementos que caracterizan a un molino de viento cicládico. En su interior se han conservado todos los componentes y herramientas que se utilizaron para su funcionamiento, aunque sólo es visitable durante el festival estival “Viajes a Marpissa”. Desde aquí, a nuestra derecha y hacia el este, un sendero conduce hasta el monasterio de Agios Antonios, donde la vista del mar y las islas circundantes es una de las más bonitas de Paros.
Pero si tomamos dirección oeste, entonces a poquísimos pasos nos introduciremos en el interior del pueblo. Como era de esperar, las fisionomías de sus vías son las típicas cicládicas, con casas cuadradas encaladas de blanco con puertas y ventanas pintadas de colores, buganvillas trepando por las pareces, así como plazoletas, arcos, etc. En el recorrido no es difícil encontrar por casualidad algún edificio religioso, puesto que el pueblo, a pesar de su reducido tamaño, alberga once iglesias.
Es una delicia pasear por sus calles, muchas de las cuales cuentan con casas que datan de los siglos XVII y XVIII, aunque la mayoría de ellas han sido destruidas, como la casa de la abuela de Manolis Glezos, héroe de la Resistencia griega, que fue levantada en el siglo XVI. Entre las que siguen en pie destacan la casa de Marigoula Anousaki-Fysilani que permanece intacta, la casa de Aspropoulos que fue construida en 1608, etc.
Uno de los rincones del pueblo que se ha hecho muy famoso entre los viajeros gracias a internet y más concretamente tras ser fotografiado para redes sociales como Instagram, es la famosa puerta rosa de Marpissa. Se trata simplemente de una encantadora entrada pintada de color rosa intenso que se abre en una tradicional fachada blanca de estilo cicládico, acompañada a ambos lados de macetas con flores que realzan aún más su encanto fotogénico.
Anteriormente hablábamos que en Marpissa existe once iglesias, pues bien, una de las más características y famosas es la del santo Cristo. Aunque no se sabe con certeza la fecha exacta de su construcción, su estilo arquitectónico sugiere una obra tradicional, por lo que posiblemente se haya levantado en el siglo XVII o XVIII, como muchas otras estructuras religiosas de la zona. La iglesia está compuesta por una pequeña nave blanca, adosada a la cual se encuentra su magnífico campanario de mármol, elemento que hace que este templo sea especialmente reconocible y sobre todo un rincón muy pintoresco de la villa de Marpissa.
Otras de las iglesias que destacamos por su gran interés histórico y artístico son: Agios Dimitrios, Agia Paraskevi, Messoporitisissa, Evagelismos tis Theotokou, Agios Modestos, etc. Y precisamente por su importancia arquitectónica estas iglesias han sido declaradas monumentos históricos de Grecia. A ello hay que añadir que algunas de ellas albergan en sus interiores una iconografía muy valiosa.
Mención aparte se merece la iglesia de la Transfiguración del Salvador, bello ejemplo de arquitectura religiosa moderna con toques tradicionales, que se encuentra dominando el centro del pueblo. Se trata de una elegante basílica cruciforme con cúpula, construida en 1960 en estilo neobizantino, destacando por su forma y por encajar armoniosamente en el paisaje blanco y pedregoso de Marpissa. Justo detrás de esta iglesia se encuentra el museo de Arte Bizantino de Marpissa que alberga iconos sacros de los siglos XV y XVI, así como un antiguo epitafio del monasterio de Agios Antonios. Sin embargo, cuando nosotros fuimos estaba cerrado y no sabemos bien si era de manera permanente u ocasional (igual nos pasó con el museo de Escultura Nikos Perantinos y el museo Folclórico).
La iglesia también es el corazón espiritual del pueblo, pues desde aquí comienzan las celebraciones del 6 de agosto de cada año, una de las más entrañables de Marpissa. En esa fecha tiene lugar la procesión de la imagen de la Transfiguración del Salvador y luego el ambiente se vuelve festivo: música tradicional, bailes, degustación de productos artesanales, dulces locales y, por supuesto, la famosa souma (aguardiente local) o vino casero.
Pero el pueblo acoge otras festividades religiosas importantes, como la del Viernes Santo: la noche de ese día tiene lugar con gran devoción la procesión del Epitafio en el que se realizan doce estaciones vivientes en distintos puntos del pueblo con adolescentes y niños que representan escenas como la Resurrección de Lázaro, la Entrada en Jerusalén, la Última Cena, la Crucifixión, la Descendida de la Cruz y el Entierro. Grupos de 10 a 15 personas participan en cada estación, mientras un coro de aproximadamente 40 mujeres entona cantos fúnebres. Esta tradición culmina con las celebraciones del Domingo de Pascua, cuando se representa la Resurrección, se quema a Judas junto a los molinos y se festeja con comida local como cordero asado y vino.
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